He estado a punto de escribir acerca de esos tantos días que no le veo, y acerca de cómo echo de menos creer determinadas (de sus) mentiras. Pero prefiero seguir con mi táctica de hacerme la dura.
Aun no me ha fallado del todo.
He estado a punto de mencionaros de pasada que ahora ser feliz consiste en tener el nudo en la garganta y no en el pecho. Que estar triste no existe porque estoy demasiado cansada y que se puede morir con facilidad cuando ambos nudos aprietan.
Unos segundos, un grito ahogado.
Ya soy libre otra vez. Otra mentira.
Y a pesar de él voy sintiéndome cómoda porque el nudo del cuello se va convirtiendo en collar -de perro-, y el dolor del pecho lo prefiero atribuir a que se me ha quedado alojada sin querer una esquirla de mi piel de metal cuando esa mañana me puse el disfraz de ser humano. Y cuando aun así explota recojo los trozos sin mucha importancia y formo cualquier tontería con ellos.
Mi corazón es un tangram y a veces tiene grietas.
Pero somos fuertes.
Y puedo ser fuerte en cualquier lugar.
En el movimiento de la huida, por ejemplo.
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