Siempre me he imaginado a la señorita nº 19 fumando apoyada en la pared de un callejón, con los dedos largos, la cabeza orgullosa, falda corta y unas botas sin tacón.
Y con un moño alto.
Es un antojo.
Con la mirada de quien no se acaba de creer que tiene toda la vida por delante.
Y de alguien a quien nunca le ha hecho falta beber para dudar.
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