domingo, 2 de diciembre de 2012

Qué inútil es todo.

    Quizás nos seguimos equivocando y los domingos no son para lamentarnos. Ni para lamernos heridas que saben a sal de tanto llorarnos.
   
    Tenemos 52 domingos al año -más los que nos pillan entre semana- y seguimos revolcándonos entre los deshechos de la vida que tenemos.
   
    ("Desechos" o "deshechos", me valen las dos palabras.)

    Si yo hubiera creado los días al domingo le habría llamado Vacío. O Felicidad, y moriría de ironía cada semana.

    Pero puedo seguir tocando fondo, no os preocupéis. Me río de mí misma cada día al levantarme y no poder abrir los ojos ante la luz eléctrica del baño.

    (Mejor no os comento nada de la luz del Sol.)

    Menos mal que mi reflejo en el espejo nunca me ha deslumbrado. Y creo que los domingos esa imagen se traga el poco brillo que me queda.

    Desde el sofá me convenzo a mí misma de que no tengo nada que cambiar. Ni nada por lo que luchar. Aunque me sigue fascinando la idea de destrozarme por fuera para reconstruirme por dentro.

    (Qué romántica estás este domingo. Y qué bofetada tienes.)

    Y sin embargo a veces se me aparece una lengua de fuego entre hemisferio y hemisferio cerebral que me dice:

    "Menos lobos, Caperucita, que el domingo es otro inútil invento humano."

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